Cuando a mediados del pasado año la exposición Mayo abstracto removió, de cierta manera, algunos criterios sobre el arte cubano y puso en tela de juicio los límites de varias categorías —sobre todo las fronteras entre lo abstracto y lo conceptual— entre la pintura que incluyó aquella polémica y variopinta curaduría estuvo la de Rigoberto Mena, un artista que meses antes había debutado en el elenco de la galería La Casona con su muestra personal De la nada a lo infinito, serie donde advertía la coexistencia expresiva de cautelosas insinuaciones de un pensamiento meditabundo sobre lo cotidiano junto a una sugestiva capacidad de aislar lo figurativo.
Desde aquella exposición, sugerí acerca de los indicios conceptuales en el discurso de este artista que ha espigado de manera muy voluntariosa y tras una ardua formación alternativa: “A golpe y porrazo”, según ha dicho el investigador José Veigas; trabajando mucho con los Museos y Talleres como principales escuelas, según reconoce el propio Mena; y fraguando su mejor arte junto a representantes de la más “pura” abstracción cubana, aunque también en sus tropiezos iniciales se consideró un pintor ecléctico.
De acuerdo con la desfronterización que pretende el mundo contemporáneo y siempre que sea para el bien de todas las partes, veo muy a gusto que Mena proyecte su ascenso maniobrando con esas intenciones de borrar demarcaciones entre lo abstracto y lo conceptual, actitud que explica verbalmente el artista al comparar la fragilidad de esos límites con el de una tela de cebolla y al considerar que algunas obras de Joseph Beuys y Tania Brugueras también pudieran funcionar como abstractas. Enunciaciones que ya en su accionar práctico buscan corroborarse dentro de la actual muestraCambio de bola, otra oportunidad que le ha dado La Casona para exhibir en solitario lo más reciente de su producción pictórica.
En esta nueva exposición —formada por las series “Memorias de la ciudad que me tocó vivir” y “Del libro de los secretos”— ya es axiomático, particularmente en el segundo conjunto de piezas, que su pintura pugna con el significado de determinadas ideas que necesita subrayar para tensar el campo de reflexión y de visualidad generados entre su abstraccionismo y el acertado manejo de la gráfica. Por otro lado, se apoya menos en la reproducción de la enigmática apariencia de elementos de la realidad urbana y prueba a crear su propia y más imaginativa pared desfigurada, la que le nace del adentro subjetivo a partir de experimentar con la riqueza óptica de diversas texturas, materiales y formatos y una elaboración particular de determinados presupuestos y filosofías depositados en el transcurso de la vida.
Si antes, sus telas eran aproximaciones casi fotográficas donde se develaban signos discrecionales del lenguaje callejero; hoy, su escritura transita hacia el texto hecho e insertado en una tela compuesta por distorsiones y superposiciones pensadas. Ya los títulos demarcan; la apariencia no es casual y sí menos naturalista porque responde más al creador consciente del espectro iconográfico generado por la historia y a una dinámica contemporánea con imágenes que clasifican ambiguamente en lo “abstracto”. El artista es igualmente previsor del impacto social de determinadas ideas o expresiones que, en su reiteración, consiguen la denominación de “conceptos”.
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